En Grundy, localidad de una de las zonas más deprimidas de EE.UU, una clínica gratuita de voluntarios atiende a setecientas personas sin seguro en un solo día.
«Nosotros somos el tercer mundo». Una pequeña pancarta anuncia la llegada a la localidad Grundy, en el condado de Buchanan (Virginia). Son las cuatro de la mañana y setecientas personas hacen cola delante del Instituto de Secundaria Riverview, donde la asociación Remote Area Medical Association ha instalado una de sus misiones sanitarias organizadas por voluntarios y destinadas atender a personas sin seguro en EE.?UU. El sistema es sencillo. Si uno logra hacerse con uno de los 600 tiques del día podrá visitar a un dentista, conseguir gafas nuevas y hasta hacer análisis de sangre sin pagar un solo dólar. De lo contrario, deberá empeñarse en deudas que pueden alcanzar los 100.000 dólares o, simplemente, esperar a que el destino traiga de vuelta a los médicos voluntarios.
A Norian Jonson le ha tocado el número 235. «Llegamos a medianoche porque mi madre, que tiene 65 años y sufre alzhéimer, ya no puede esperar más para sacarse los dientes», cuenta esta mujer, que ha conducido seis horas para ser una de las primeras de la fila.
Apenas unas horas después de esta conversación, el doctor John Dreyzenhner lleva puestas más de doscientas vacunas contra la gripe. Para cuando acabe la jornada habrá puesto 600, «todas las que teníamos, lo que significa que esta noche tendremos que ir a por más». Lo dice contento, porque sabe que lo habitual es que la gente solo se acerque a la clínica para revisar la dentadura o la vista.
«A la mayoría de las personas tenemos que arrastrarlas a rayos X. Es normal, uno no puede comer sin dientes, y no puede ver sin gafas. Sin embargo, para qué quieres saber que tienes un tumor si no tienes dinero para curártelo», afirma. Los que sí se atreven pueden llevarse además sorpresas desagradables. Durante la elaboración de este reportaje, varias personas fueron diagnosticadas con problemas en los pulmones y al menos una, de tuberculosis.
Aún así, la gran mayoría de los que vienen hasta aquí lo hacen para poder perderse en la enorme sala de salud dental en la que centenares de personas dicen adiós al dolor. A Allen Dylan le tienen que sacar siete dientes. Él mismo lo dice entre divertido y nervioso, porque a sus 35 años nunca ha ido al dentista y no sabe si soportará el dolor. «Antes trabajaba en la mina, tenía seguro, pero no me cubría el dentista. Ahora estoy en paro y sé que si no aprovecho esta oportunidad no lo podré hacer nunca». Dos horas más tarde contará avergonzado que el olor del anestésico le hizo vomitar y que prefirió salir corriendo de la sala.
Reacias a la reforma
Igual que Dylan, muchas personas en estas montañas de Virginia se muestran reacias a la reforma sanitaria de Obama, incluso cuando la gran mayoría de ellas han acudido a la clínica móvil por tercera vez este año. «La verdad es que yo no entiendo por qué el presidente tiene que meterse con nuestro sistema de salud; yo, por ejemplo, tengo Medicare [el programa de salud para los jubilados] y no quiero que me lo cambien», asegura Brigid Walls, que a sus 90 años acude a la cita en silla de ruedas para conseguir unas gafas nuevas.
Como en casi todos los lugares del mundo, también en Grundy el grado de intolerancia de sus ciudadanos es inversamente proporcional a la educación que han recibido. Tiene tan solo un 45% de la población de Buchanan dentro del mercado laboral. El resto de la población sobrevive a base de subsidios o simplemente engrosa las listas del paro del condado. Tres de cada diez habitantes de este rincón del mundo viven por debajo del umbral de la pobreza. Muchos más viven, además, «en el tercer mundo sanitario».
Autor y enlace: La Voz de Galicia